Antecedentes
Muchos quesos, carnes, cervezas y otras comidas muy conocidas tienen su origen en Europa, pero gracias a décadas de comercio y la emigración de artesanos de alimentos, dichos productos se fabrican y se disfrutan hoy en día alrededor del mundo. Con el tiempo, se ha incrementado sobremanera la popularidad de variedades históricamente europeas, como por ejemplo, el queso parmesano y los productos cárnicos especializados, para el beneficio comercial de productores y consumidores tanto europeos como no europeos.
En el caso de algunos productos especializados que se producen en una región específica, tal como el salmón de la Isla de Clare y el Brie de Meaux, la Unión Europea (UE) tiene razón de querer proteger la denominación regional que preserva la naturaleza única de dicho productos. Por lo tanto, en el caso de estos ejemplos, dichas denominaciones sólo pueden utilizarse para el salmón que proviene de una determinada parte de Irlanda y para un tipo específico de queso que se produce en una región de Francia y en ningún otro lugar más. En realidad, los productos que provienen de otras partes del mundo, como las manzanas del estado de Washington, las papas de Idaho, el vino del valle de Colchagua de Chile o el arroz de jazmín de Tailandia, pueden también beneficiarse de una protección similar. En tal sentido, el Consorcio respalda estos tipos de términos como una herramienta para promover los productos especiales.
Pero desde hace poco tiempo, la Comisión Europea (CE) viene utilizando un enfoque más agresivo respecto la expansión de cobertura de las indicaciones geográficas (IG) y se encuentra también realizando una labor muy activa para controlar gran cantidad de nombres comunes de alimentos. Las acciones que realiza la CE refleja su deseo de ganar los derechos exclusivos de nombres que no pertenecen a Europa Occidental y cuales se utilizan desde ya hace años en muchos lugares del mundo – se trata de nombres genéricos con los que millones de consumidores en el mundo reconocen algunos de sus alimentos preferidos. Al parecer, algunos países ya se están inclinando también a adoptar este modelo de gran alcance. Los siguientes son ejemplos de nombres comunes de quesos y productos cárnicos familiares, además de otras especialidades agrícolas:
Asiago, bologna, chorizo, feta, gorgonzola, gruyere, kielbasa, parmesano, prosciutto, provolone, romano y salami, así como también términos que utilizan los vinicultores, tales como “clásico”, “vintage”, “fino” y “superior”.
De hecho, al menos la misma cantidad de queso feta y queso parmesano se produce fuera de la UE como dentro de ella. La producción de provolone es 15 veces superior fuera de la UE. Alegar que un pequeño grupo de productores de la UE debería tener el derecho exclusivo de utilizar dichas denominaciones es igual a señalar que solo los italianos deberían estar autorizados a utilizar el término “pizza”. Es más, en muchos casos la popularidad global de estos alimentos no se debe a las acciones que realizan los poseedores de las indicaciones geográficas, sino al ingenio, a los recursos y al capital dedicado a estos productos por muchos productores en todo el mundo. Si consideramos quesos como asiago, la mozzarella fresca y parmesano, por ejemplo, veremos que la producción fuera del país de origen ha incrementado exponencialmente el potencial de ventas en todo el mundo y que, en realidad, ha permitido elevar la asociación de calidad y la rentabilidad de las indicaciones geográficas en sí (p. ej.: Parmigiano Reggiano y Mozzarella di Bufala Campana).
Mediante los tratados de libre comercio y otras transacciones comerciales, la Comisión Europea viene realizando avances silenciosos que ponen en grave riesgo el uso continuo de los nombres comunes de alimentos. Los fallos que emitieron los tribunales de la UE en la década pasada provocan aún más inquietudes sobre las intenciones de la Comisión Europea en su alcance total.
Si no se controla, estos esfuerzos mermarán y dañarán las ventas de muchos productos alimenticios populares en el mundo entero. Los consumidores ya no reconocerán los productos familiares. Muchos productores y exportadores se verán forzados a considerar el costoso y difícil esfuerzo de cambiar las etiquetas y las marcas de los productos que afectarán el potencial de ventas y disminuirán el valor de las marcas reconocidas internacionalmente, lo que generará confusión entre los consumidores.